10 de noviembre de 2008

Soledad y Destino


 
Los martes son aburridísimos para Santiago. Asiste a clases por la tarde en una Universidad Privada de Lima, luego va al Francés y queda libre a las ocho de la noche. Pero sus amigos no están disponibles ese día. Micky acompaña a Liz a la universidad porque lleva un curso jalado, él la espera en la cafetería hasta que salga. Fredo tiene entrenamiento de Karate, aunque nunca compite porque se caga de miedo. Y Pato asiste al psicólogo porque lo estipula su matrícula condicional. Así que los martes no hay campeonato de Play Station, ni unas cervezas en el billar.

Vanesa odia los martes porque no puede ver a su novio, él viaja a supervisar la planta de Chincha, y no regresa hasta el miércoles al mediodía. Ella trabaja en el área administrativa de un banco y sale a las ocho cada noche. Su mejor amiga siempre la esta llamando para tomarse un café -!no seas tan ingrata chola!- pero ese día tienes clases por la noche y no se pueden ver. Por eso los martes no hay última función en el cine, un café en Larcomar o besitos en el Olivar.

Santi tiene veinticinco años. Cabello negro, porte atlético, más bien atractivo. Vivió dos años en Austin-Texas hasta que se aburrió y dejó la Universidad. Hace un año retomó sus estudios en Lima, por exigencia de su padre. Vive en una casa, muy espaciosa y linda, en Camacho. A él le parece un desperdicio porque siempre esta vacía. Su mamá, una ex-reina de belleza, trabaja para una importante revista de modas en Francia, y casi siempre esta allá. Su padre es asesor del Ministro de Economía y nunca está en casa. Santiago no se siente solo porque anda para arriba y para abajo con los amigos. Excepto hoy, que es Martes.

Vanesa tiene cabello castaño oscuro y tez clara. Es hermosa y acaba de cumplir veintitrés. Graduada en Economía, vive sola en un departamento muy acogedor de la Av. Santa Cruz, en Miraflores. Casi nunca visita a sus padres, pues mantiene con ellos un conflicto al no estar de acuerdo con el ilegal negocio familiar. Tiene una vida metódica y lleva trabajando dos años en el Banco. Fue ahí donde conoció a su novio, hace siete meses, mientras él realizaba una transacción bancaria. Vanesa sabe que no esta enamorada de él, pero lo quiere mucho porque es un gran chico. A veces piensa que sigue a su lado sólo para poder compartir con alguien lo que siente, su vida. Menos los martes como hoy, claro está.

Santiago tiene una rutina los martes. Pasa por una pizza camino a casa, se encierra en su cuarto. Prende la computadora. Contesta e-mails, reenvía cadenas, baja música. Chatea en el msn, revisa su Facebook, mira páginas porno. Sin embargo, esta noche no quiere ir a casa. Llama a Micky al celular, le dice por primera vez que se siente solo, que está harto de pasar los martes en su casa, que la odia porque siempre está tan vacía. Micky entiende lo que pasa, le dice que no hay problema. Le propone que pase por él a la cafetería de la universidad, y luego cuando salga Liz se van a tomar unas copas. Santi le agradece, cuelga. Sube al carro aliviado, no quiere otro martes igual en su vida.

Todos los martes al salir del trabajo, Vane se queda sentada en el coche intentando vencer el rencor que le impide llamar a sus padres y decirles que irá a visitarlos. Nunca lo hace, piensa que ellos no merecen ese acto de valor. Pero hoy algo es diferente, no puede vivir siempre del mismo modo, todo harta. Marca el teléfono de su casa, le contesta su mamá. Le pregunta cómo está, la voz le tiembla. Su madre se queda en silencio unos segundos, le responde que no llame a esa casa, cuelga. Vane suelta unas lágrimas, se calma de inmediato. No va llorar por esos narcos, no va llorar por nadie. Este martes no tiene ganas de ver películas dramáticas mientras se come un pizza, hoy va a matar la rutina. Recoge el celular, le envía un sms a su mejor amiga. Le escribe que ha hablado con su madre, y fue un desastre. Confiesa que no quiere sentirse sola nunca más. Le avisa que la esperará en la puerta de la Universidad. Al instante Liz le responde, que busque a Micky en la cafetería y la espere ahí, todo va estar bien. Vanesa sonríe, enciende el motor. A partir de ahora los martes serán distintos.

Santi conduce pensando en todos los martes que ha desperdiciado. Se arrepiente de haberse encerrado en casa sin brindarse la posibilidad de descubrir que hay más allá del pequeño circulo de amigos que aceptó y al que subconscientemente convirtió en su mundo paralelo. Está dispuesto a vencer el miedo de acercarse a otras personas por temor a que se alejen de él en algún momento. No seguirá huyendo del amor, de relacionarse con una chica. Se siente lleno de energía, valor y fuerza. Aún no tiene claro como lo comprendió, quizás hay un límite luego del cuál ya no puedes dañarte. Que importa, es martes y se siente fenomenal.

Vanesa maneja por la Av. Javier Prado con una inusual sonrisa. Ha decidido firmemente que debe terminar la relación con su novio. Ella no lo ama, y menos aún puede depender de una sola persona para sentirse bien. La ha ayudado mucho, pero es momento que camine sola y enfrente la realidad de un mundo que puede ser cruel cuando eres débil. Sabe que él lo entenderá, y se alegrará por ella aunque eso signifique que se alejen un poco. Llamar a sus padres la hizo comprender que extendió ese miedo al resto de personas por temor a que la decepcionen del mismo modo. Ya no quiere más esa vida patética en la que una niña miedosa confía sólo en dos personas. Es martes y ha tomado una gran decisión.

Santi y Vane se acercan al punto en el que dos vidas tan parecidas se encontrarán. Quizás fue la excitación por haber comprendido cosas que estuvieron ocultas dentro de ellos por tanto tiempo. O derrepente el hecho que debieron estar en casa en ese momento. Pero lo cierto es que la felicidad no pudo evitar que ambos no se vieran al llegar al cruce, ni siquiera pudieron mirar sus rostros. Sólo sintieron el estruendo y cerraron los ojos. Al fin de cuentas ya eran libres.

Ambos tenían muchas cosas en común: soledad, miedo, decepción, un día en particular, una pizza en casa, una casa vacía, un vacío interior. Incluso se dirigían al mismo lugar. Tal vez si hubieran comprendido todo antes, habrían estado en un mismo coche, en otra avenida. Y nada de esto hubiera sucedido. Algunos dirán que fue simplemente el destino. Yo, que fue un accidente una noche de martes.

También puedes leer :  Soledad y Culpa


3 comentarios:

Anónimo dijo...

El tipo de historia que sueles redactar siempre logran hacerme imaginar cada detalle de lo que quieres decir,es bueno escapar siempre de la rutina y aun mas si esta ya se vuelve no solo rutina sino tambien soledad.

Jeyssi

Anónimo dijo...

què bonito. yo tambièn me llamo vanesa, y estoy viviendo de casualidades en este momento de mi vida. me gustò el cuento, gracias.

violette bisbis

Anónimo dijo...

De casualidad encontré tu blog y realmente me gusta lo que escribes y la manera en que lo haces....me imagino todo...y para eso si que soy buena jajaja..saludos.
Eliza

 

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