20 de octubre de 2009

Soledad y Culpa

Inmerso en la oscuridad de su elegante oficina, Mariano Rocha lamenta la pérdida del hijo que nunca fue quién él hubiera querido. Agobiado por la culpa reconoce un retrato de Santiago sobre su escritorio, al lado del retrato de su esposa y sus padres, retratos que nunca había visto, pero que deben llevar en el mismo lugar tantos años. En el un adolescente Santiago sonríe como escondiendo que papá no está, que papá no llegó a la celebración. Sonríe para que papá lo vea feliz y no noté que lo volvió a decepcionar. Pero hoy esa sonrisa no causa aquel efecto, por el contrario, tortura la bajeza del político que nunca supo ser padre.

Hace un año cuando lo obligó a regresar de Texas, no lo hizo porque lo extrañara, sólo quería que su hijo terminara la carrera que había abandonado. Ya no importaba que fuese una profesión donde su intelecto se desperdiciaría, lo único que contaba es que al menos se gradúe. Tampoco es que Santiago fuese un chico problema, tan sólo le jodía su apatía, las pocas ganas de asumir un rol en la vida, el que no se parezca en nada a él. Ya había perdido las esperanzas de que mantenga el legado familiar. El buen nombre político y las empresas. ¡Oiga, si ni siquiera votaba el condenado!

Mariano recuerda que a los veinticinco años ya era Presidente de la Federación de Estudiantes, y delegado distrital del partido al que pertenece. Su padre, un respetado Senador, jamás lo obligó a ello. Él fue quién, como primogénito y único varón de la familia, decidió estar a la altura del apellido y su tradición política. Por eso nunca comprendió a Santiago, ni sus inclinaciones artísticas. Fue un duro golpe el saber que su hijo estudiaría Arte y no Derecho o Ciencia Política. Nunca lo complació, nunca se sintió orgulloso de él. Deseó tanto el tener otro hijo, pero un problema en el parto había impedido esa opción. Y ahora ya no quedaba ni la posibilidad de que un nieto mantenga su apellido en la escena política del país.
La vida había sido tan cruel con Mariano, que Santiago era el vivo reflejo de su madre, y no había en él característica física alguna de los Rocha, pese a ello, él jamás dudó de su paternidad. Tampoco intentó ser parte de su vida luego que a los doce años le regalara "Conversación en la Catedral" de Vargas Llosa. Pensando en que ya tenía la edad para empezar a formarse en aquellos campos intelectuales, se sentó durante un mes cada tarde con su hijo, sin resultado positivo alguno. Aquella fue su primera gran decepción de padre, y el hito que marcaría el resto de sus vidas. Con el paso de los años, la distancia se había marcado radicalmente con aquel  muchacho que llevaba su apellido sin respeto ni elegancia.

La noche del accidente se encontraba en una reunión con el Ministro de Economía, la cual duró hasta altas horas de la madrugada, y aunque le pareció raro la insistencia con la que recibía llamadas de números que no conocía, o que su esposa persista tanto en comunicarse con él desde París, nunca contestó el celular privado. La distancia que lo separaba de su hijo siempre fue tan abismal, que se enteró de su muerte viendo las noticias vespertinas en un canal de cable, como otros miles de televidentes y cuando su esposa ya volaba hacia Lima.

Sentado aún frente al retrato de su hijo, asume sus errores, y enfrenta las consecuencias de los hechos recientemente ocurridos. Luego de una semana en coma, la chica, del vehículo contra el que impactó Santiago, también ha fallecido. La prensa no ha sido objetiva, y menos al tratarse del hijo de uno de los dirigentes más representativos del oficialismo. Se han tejido versiones que van desde el alcohol hasta las drogas, y la imagen del partido se ha visto afectada. Mariano sabe que nada de eso es cierto, pero a poco menos de un año para las elecciones, es un costo político que no se puede asumir.

Su amigo, el Presidente, lo ha llamado para pedirle que de un paso al costado. Le ha confesado su pesar por la situación que atraviesa, y le ha reconocido su entrega y dedicación a través de los años. No sólo le ha solicitado que deje el cargo de asesor, sino que también desaparezca de la escena política, al menos hasta que la prensa deje de ser manipulada por la familia Cabañas, que a pesar de estar investigada por lavado de activos del narcotráfico, ha asumido el papel de víctima ante la opinión pública. Mariano le ha recordado que un sector de la prensa ha divulgado que la joven economista se mantenía alejada de su familia debido a sus irregulares actividades, sin embargo el Presidente le ha repetido que espere hasta las siguientes elecciones, quizás sólo hasta las municipales.

Mariano se levanta y camina hacia la ventana, separa las cortinas levemente y observa, desde el doceavo piso, la noche limeña que se llevó a su hijo. Acepta que en la vida él sólo podía haber sido padre o político, pero nunca ambas cosas. Aunque lo más irónico de ello sea que ahora ya no puede ser ninguno.

También puedes leer:  Soledad y Destino

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2 comentarios:

Pedroelescribidor on 22 de octubre de 2009, 2:42 p. m. dijo...

Interesante historia, me trajo al recuerdo el personaje de P. Cabral (de la Fiesta del Chivo), ya que él tampoco pudo decir nada. Estuve leyendo alguno de tus entradas y si que me atrapaste en la del Cholo Vera… no intuí el resultado sino hasta que subió la combí, muy buena; pensé que el loco lo iba a “fregar” pero no de esa forma.
Saludos,
Pedro

Lucía dijo...

Eyy acabaste con la esperanza de que hubieran sobrevivido, al menos yo lo crei.

 

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